01/11/14

El "berretín" de las cosas idas... El cine de Settecase (2ª parte)

 

 

 

Muchas veces, desde chicos, oíamos a nuestros padres hablar del Cine de Don José Settecase; de los inolvidables tiempos en que junto a su familia este buen hombre se fue ganando el afecto de muchos. Que con el fruto de su esfuerzo fue instalando todo lo necesario para transformar el Salón en una Sala de Cine.

Lugar donde grandes y chicos distrutaron durante años de esa "Fábrica de Sueños". Quienes lo conocieron, hablan de su gran corazón, y afirman con certeza "que ningún chico en el Cine de Don José, se quedó sin ver la película". Hoy ya nada ha quedado de aquella Sala, solamente el recuerdo del cine...

Desde esta columna, venimos compartiendo con Uds., precisamente el recuerdo de Don José Settecase y su cine, tratando humildemente, de rendir nuestro homenaje a su digna persona, para que su nombre ocupe el lugar que le pertenece, junto a los grandes de nuestro querido pueblo.

Sigamos entonces con el relato de ANITA SETTECASE, su hija; que a través de su memoria y su palabra, continúa reviviendo; aquellos hermosos años del Cine de Don José...



 


  


Hacia fines de la década del 20, llegó el cine sonoro: maravilla de sensaciones auditivas, insospechadas hasta entonces. Estos cambios llegaron también a Arroyo Seco y al cine de Don José, y papá tuvo que hacerle adecuaciones a las máquinas de proyección que tenía, al igual que cuando llegó el cine en colores.

Luego, el cine nacional, con actrices y actores de mucho talento, puestos al servicio de importantes sellos, llegaron a competir
enormemente entre sí. En la década del 30, cuando ya se habían producido bastantes y muy buenas películas argentinas, precisamente el 24 de junio de 1935, murió Carlos Gardel, nuestro famoso zorzal criollo, al regresar de su exitosa actuación, aunque breve, por el extranjero. Su presencia, engalanó nuestras pantallas en películas como "Mi Buenos Aires querido", "El día que me quieras" y muchas más, habiendo llegado a ser un ídolo por su voz y su presencia y luego al desaparecer, un mito, especialmente en Colombia, donde murió al caer el avión que lo traía de su gira.

Para hacer los programas de las nuevas películas, o sea de cada función, se instaló una pequeña imprenta, mis hermanas mayores Juanita y Pepita preparaban la plancha en base a un formato: primeramente en un componedor, pieza por pieza (tipos de metal) tomados con una pinza de modo que cada trozo se iba colocando a continuación del anterior, hasta terminar el formato. Esto se colocaba en la prensa de la modesta máquina con la tinta necesaria y se imprimían a pulso, uno por uno accionando la manivela.

Siempre fue todo hecho a pulmón, impulsados por el ejemplo que nos dieron nuestros queridos padres. Realmente fue una empresa increíble. En el pueblo muchos decían que eran cosas de Quijote que se realizaban, no se si soñándolas o haciéndolas, con las diferencia de que los molinos contra los cuales mis padres luchaban eran reales y fueron venciéndolos con dignidad, no precisamente para enriquecerse; dejando el fruto de su esfuerzo, totalmente instalado en terreno ajeno. ¿No ha quedado nada
de eso...? Sólo el recuerdo del cine.

Sano, por respeto a las familias y niños, puesto que papá era quién viajaba semanalmente para hacer las programaciones, pagando por adelantado su alquiler, se resitía a exhibir películas inmorales, aunque fueran más redituables.

De la habitación intermedia en donde estaba la imprenta se llegaba al baño de la familia y de los que pudieran asistir al cine. También estaba la escalera que conducía a la casilla o cabina para proyectar las películas, trabajo que tantas veces ejerció papá,
hasta que consiguió quién le ayudara; recuerdo muy buenos y serios jóvenes del pueblo: Norberto Quinteros primero, luego Martín Pugliese que abrazaron con interés y dedicación la profesión, perfeccionándose hasta obtener sus títulos.

También estuvo Julio Quillici, el papá de Gerardo, actualmente un grande del tango, pero creo que en otras actividades; todos
comenzaron aprendiendo al lado de papá, lo cual me enorgullece en sobremanera; fue un maestro que supo sembrar.

Luego seguía la habitación que formaba esquina, donde se instaló un buffet, que atendía mamá en los intervalos. Me llamó siempre la atención la manera de mantener la temperatura adecuada de las bebidas que se servían: café, leche, capuchino, etc... era un tanque de cobre con espacios para calzar en ellos las jarras conteniendo las bebidas mencionadas. Estas eran de material especial para resistir el calor del baño maría (se calentaban previamente los líquidos en la cocina económica que, permitía a su vez calentar la cañería del baño).

En el buffet había también una estantería con copas y cucharitas, algunas bebidas simples: caña quemada, grappa con o sin miel, coñac, oporto, en general todas de baja graduación alcohólica; también un mostrador de madera bastante largo y fuerte, y una pequeña vitrina con golosinas y facturas que preparaban en la panadería de la tan querida familia Malacalza. Recuerdo que también había una heladera de madera enfriada simplemente con barras de hielo que llevaba, casi siempre Rigoletto, uno de los hijos del Sr. Ghilardi, junto a las bebidas sin alcohol del momento; chinchibirra, bolita, bidú y algunas cervezas, además del infaltable queso y fiambres para preparar sándwiches.


   

 


Continuaremos compartiendo en nuestra tercera y última parte, este trabajo "escrito desde el corazón"; por Anita Settecase y sus nostálgicas vivencias en Arroyo Seco, y el cine de "Don José"...


Material Consultado: Material de archivo.

Agradecemos a: Ana María Cardone; Angelito y Marta Settecase; Teresa Malacalza.


* Este material fue publicado originalmente en TEMAS & NEGOCIOS .


 

 

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